Escrito por Vanessa Oliver, Coach Ontológico Profesional
Extracto de investigación para Programa Avanzado PCCO2 Asersentido
“Sin duda, tu coraza te protege de la persona que quiere destruirte.
Pero si no la dejas caer, te aislará también de la única que puede amarte”.
Richard Bach
Vulnerabilidad siempre fue para mí sinónimo de debilidad y la sola definición etimológica de la palabra parecía darme la razón. Vulnerabilidad emana del latín y está conformada por tres partes latinas claramente diferenciadas: el sustantivo vulnus, que puede traducirse como “herida”; la partícula –abilis, que es equivalente a “que puede”; y finalmente el sufijo –dad, que es indicativo de “cualidad”. De ahí que vulnerabilidad pueda determinarse como la cualidad que tiene alguien para poder ser herido. Y en lo único que mi cabeza piensa es: “peligro”.
Me resistía a habitar la vulnerabilidad.
Afirmaciones como: “yo puedo con todo”, “yo soy quien se hace cargo”, “no necesito a nadie” sostenían la imagen pública que creé de mujer fuerte y autosuficiente para la cual la vulnerabilidad era signo de debilidad. Esa mujer fuerte y autosuficiente tenía todo bajo control y, por supuesto, no necesitaba pedir. Pedir, según yo, traía como consecuencia depender y me aterraba la idea de depender, de saberme inútil, de sentirme incapaz de generar las cosas que quiero para mí.
La imagen de mujer fuerte y autosuficiente me ha traído muchos beneficios, sobre todo a nivel profesional. La debilidad no va con ella.
LEVANTANDO EL CERCO
Recuerdo que cuando tenía como 10 o 12 años tuvimos un accidente. Mi mamá nos llevaba al colegio con unas vecinas y un auto nos golpeó fuerte, haciéndonos girar varias veces. Todas lloraban sin control, menos yo. Subí al auto de una mujer (no recuerdo si era alguien que conocía) y le pedí que me llevara a la oficina de mi papá para contarle lo que había pasado, mientras mi mamá y las otras niñas eran llevadas a la clínica. Yo no recordaba la dirección de esa oficina, más sí cómo llegar, y la señora me dijo que seguramente no recordaba porque me había golpeado y estaba mal –viene a mi mente el “pobrecita”-. Recuerdo que me dio mucha cólera que pensara que estaba incapacitada cuando claramente era quien se estaba haciendo cargo.
En el camino, no sé bien cómo ni cuándo, fui creando una imagen que me permitiera abrirme camino sin que nada me afecte, y aparecieron varios personajes:
Y construí con estos personajes un cerco impenetrable para que nada malo me ocurra. ¿La verdadera amenaza? Que el mundo lograra descubrir que, detrás de esa imagen pública que creé, había una niña muerta de miedo, sintiéndose rechazada, no amada.
LOS COSTOS
¿CÓMO LO VIVEN LOS OTROS?
Aquellos que han empezado a trabajar en su vulnerabilidad han empezado a mostrarse, aprendieron a pedir, a dejarse sostener y eso ha modificado su forma de relacionarse con los otros. Han notado que logran hacer mayor y mejor contacto con ellos mismos y que esto les permite estar más conscientes de lo que necesitan.
CÓMO SE HIZO VERDADERAMENTE PRESENTE
Durante todo este proyecto he hablado de la vulnerabilidad como algo lejano, algo que estaba fuera y en el camino me di cuenta de que siempre fue parte de mí, solo que la tenía tan cercada, tan escondida, que no podía verla más. La vulnerabilidad es parte de mi humanidad.
Mi insuficiencia no me permite ver mis avances ni mis ganancias, por lo tanto, me sentía mal porque no lograba integrar la vulnerabilidad. Me inventaba que eso de la vulnerabilidad necesitaba ser más intenso, más evidente. Sin embargo, ya se había hecho presente desde el PCCO, cuando bajé la guardia, cuando mi guerrera decidió por fin rendirse. Empecé a confiar en que estaba en el lugar correcto, que las cosas que me estaban pasando eran las que necesitaban pasar y, confiando, se abrió una rendija y entró el amor por ahí. Por primera vez dije te amo sintiéndolo, no para quedar bien, no para que el otro no se sienta mal, y no tuve miedo de decirlo primero. No podría estar en una relación sin estar siendo vulnerable, no podría haber considerado el tema de la maternidad (a mi edad y cuando ya lo había descartado) sin ser vulnerable.
Estoy siendo vulnerable cuando me atrevo a decir que no puedo, cuando me armo de valor y digo que algo no me gusta, que no me hace sentir bien, en lugar de hacerme la fuerte y fingir que nada me duele.
Entiendo la vulnerabilidad como un acto de aceptación y de amor a mí misma, con luces y sombras, donde desaparecen las máscaras y las ganas de complacer a otros porque celebro mi propia imperfección. El sentirme suficiente me trae paz, tranquilidad, sentido de pertenencia y amor. Y eso es lo que quiero para mi vida: no más cercos, no más muros, libertad.